sábado, 15 de mayo de 2010

Alice


Alice Crown bajó las escaleras de su piso uno a uno en silencio. Su estado era antisocial y taciturno, no deseaba que nadie, nadie, le molestara. Apagó su móvil y lo metió en su buzón, lo último que quería eran llamadas indeseadas. Al salir a la calle notó como un frío repentino la atravesaba, pero no le importó lo más mínimo. El lugar a donde iba estaba cerca. Sin ganas de tener que encontrarse con nadie se puso la capucha de su sudadera gris y, subiéndose los pantalones (estúpidos cinturones demasiado grandes) hechó a andar. Siempre había creído en el amor. El amor era lo que guiaba su vida, su motor, su carbón para que fuera la máquina que era su cuerpo, todo lo que necesitaba era amor y lo había encontrado muchas veces en la vida, pero esta vez era diferente. Se sentía como si le hubiera arrollado un camión, como si le hubieran picado cientos de tábanos, como si una enorme horca le hubiera robado el oxígeno de un estirón. Alice Crown llegó a su destino sin tropezarse con nadie. Entró, hizo lo que tenía que hacer y salió. Ahora sólo le faltaba hacer las maletas.